Difícil adivinar lo que pasa por la mente de un asesino. Tendríamos que adentrarnos en su interior para poder comprenderlo...si que es que ésto es posible.

Los Venenos

Posted by Unknown On lunes, 29 de agosto de 2011 3 comentarios

El envenenamiento es una intoxicación que, por mediar la voluntad propia (suicidio) o ajena (homicidio), tiene las características de un hecho social. El veneno, como método utilizado para ocasionar la muerte de una persona, ha sido considerado a lo largo de la historia como un procedimiento reprochable por la cobardía y premeditación. Lo han definido como “el arma de los seres débiles” y “la más cobarde de las alevosías”.
El veneno eleva el homicidio a la categoría de asesinato, porque entraña una alevosía especial. Un arma unida, desde siempre, a la mujer delincuente. Es más elevado el número de envenenadoras que de envenenadores; se dice que es siete veces más frecuente en la mujer que en el hombre, y dentro de éste destacan los médicos, por el fácil acceso a esas sustancias y el control de las formalidades legales cuando ocurre el fallecimiento.

Suelen emplear morfina y belladona, y hasta técnicas más complicadas, como el caso de Arthur Waite, dentista de Nueva York, que inoculaba enfermedades en los alimentos. En 1916 “condimentó” la comida de su suegra con una mezcla de ántrax, difteria, tuberculosis y gripe. Tal como esperaba, la señora murió y entonces planeó lo mismo con su suegro, pero aquí lo tuvo más difícil: inoculándole neumonía. No lo consiguió; trató de envenenarle con arsénico al estilo clásico y ni por ésas.
Ya harto de la manía del suegro por aferrarse a la vida, acabó asfixiándolo con una almohada. Fue ejecutado en la silla eléctrica el 24 de mayo de 1917.

Aunque el número de hombres que utilizaron el veneno como medio insidioso para quitarse de en medio a quienes les estorbaban no es muy abundante, hay algunos casos ocurridos en España que no han quedado en el olvido.

En 1655, Adrián, autor de comedias, fue ahorcado en Barcelona porque envenenó a su hermana Damiana y al pretendiente de ésta. Parece ser que lo hizo para “salvar el honor”.

En el año 1658, en Antequera, un clérigo que gozaba de buena fama, enseñaba latín a un caballero viudo que deseaba ser sacerdote. El sacerdote se enamoró de la hija de aquél, y como la joven tenía la firme convicción de que “solo su marido la habría de gozar”, el pretendiente la convenció de que le sería fácil conseguir la bula del Papa para poder contraer matrimonio, siempre y cuando dispusieran de quinientos reales. Ella le dio el dinero y como la esperada bula no tardaría en llegar, según el pensamiento de la ingenua muchacha, la unión carnal tuvo pronto lugar.
Como explica Jerónimo de Barrionuevo en sus Avisos, “la gozó y la preñó”. Ella abortó pero con el tiempo quedó de nuevo embarazada. Entonces fueron a una hechicera de Málaga para que le diera algo que impidiera al padre oírla salir y entrar, ni oír a la criatura cuando naciera. A la hechicera solo se le ocurrió darle veneno para que se lo administrara al viudo. La pareja, de común acuerdo, dosificó el veneno de la siguiente manera: la primara dosis en el asado, la segunda en la purga y la última en el viático.
Después del crimen la hija fue recluida en un convento, y al clérigo, que había logrado huir, le detuvieron en Málaga.

En Palencia, en 1886, Eusebio Martínez preparó un guiso de bacalao que condimentó con fósforo proveniente de cabezas de cerillas. La destinataria de la comida era su mujer, Dorotea Vázquez, quien nada más mojar un poco de pan en la salsa sintió tal repugnancia por el sabor que no comió más. La ingestión de fósforo en dosis letales, provoca coma o paro cardíaco en veinticuatro-cuarenta y ocho horas. Se le acusó de parricidio frustrado, porque según la sentencia, practicó todos los actos de ejecución que conducían al parricidio y se debió a su ineficacia, y no a su voluntad, que ella se salvara.

En 1902, un médico llamado Baldomero Sedó, fue condenado como autor de asesinato intencional en la persona de Teresa Salvadó, a quien administró sulfato de atropina en dosis tóxica. Todo comenzó cuando Josefa Vediella y Prous, cuñada de ésta, se presentó ante un notario acompañada de una mujer a la que hizo pasar por Teresa, para que testara a favor del marido de Josefa. El notario dio fe, por negligencia o imprudencia, de conocer a la otorgante y autorizó la última disposición de la misma, instituyendo por heredero a un hermano suyo casado con Josefa. Meses después, el médico Baldomero Sedó compró el compuesto químico que, utilizado habitualmente para dilatar la pupila, según la dosis, llega a ser mortal por paralizar los centros vitales. Al administrárselo a su paciente, provocó en ellas síntomas diversos como visión borrosa, alucinaciones, delirio, convulsiones, coma y, finalmente muerte.
La audiencia de Tarragona condenó al médico como autor del asesinato y a Josefa como autora de la falsificación de documento público, con la agravante de parentesco.

En 1903 Leandro Iglesias fue juzgado por dos parricidios consumados por medio del veneno, en la persona de su padre y su madre. Se le condenó a muerte.

Otro hombre, esta vez en Orense, llamado Valentín Delgado, envenenó en 1949 a su mujer Josefa Álvarez, cuando ésta aún no se había recuperado del parto de su quinta hija, para poder continuar sus relaciones con una vecina. Fue condenado a la pena de muerte.

Un año después, en 1950, en Toledo, Modesto Varela envenenó a su padre con arsénico para acabar así con los malos tratos que éste daba a su mujer, y por mantener relaciones con la propia novia de Modesto. De paso se aseguraba que la herencia no cayera en manos de una sobrina que le cuidaba.

*Fuente de Datos: 
"Venenos" - Marisol Donis