Difícil adivinar lo que pasa por la mente de un asesino. Tendríamos que adentrarnos en su interior para poder comprenderlo...si que es que ésto es posible.

El Crimen De Don Nilo Aurelio

Posted by Unknown On miércoles, 29 de septiembre de 2010 4 comentarios

La prensa diaria, y muy especialmente “El Imparcial”, relataban oportunamente la desaparición de don Manuel Ferrero Gallego, vecino de Pozuelo de Tábara, provincia de Zamora, que se había trasladado a Madrid para resolver unos negocios, y a los pocos días de llegar se notó su ausencia de la posada dónde se hospedaba, dándose cuenta a la policía del extraño suceso.

Manuel Ferrero Gallego era un maduro terrateniente, bien situado y con posibles, de la localidad zamorana de Pozuelo de Tábara, que en la primavera de 1916 decidió comprarse un molino, por lo que se trasladó a Madrid para tratar la compra de éste.
Se dirigió a la capital con una gran cantidad de dinero en metálico con objeto de hacer el trato, alojándose el 3 de junio en la pensión El León de Oro, situada en la Cava Baja. El día 6 salió muy temprano para dedicarse a los asuntos para los que había venido dejando el cuarto en orden y bien cerrado. A partir de este momento no volvió a saberse nada de él.


(Manuel Ferrero con su familia)

Como quiera que Manuel tenía familiares en la calle Mira el Sol, 13, con los que había contactado cuando llegó a la capital, éstos se sintieron extrañados de que no hubiera pasado a visitarlos como les prometió, ni a recoger la correspondencia. Se pusieron en contacto con la familia de Tábara y un cuñado de éste se personó en la pensión en la que se había alojado. Allí le informaron de que lo habían visto en compañía de un caballero de poblada barba y que padecía de una incipiente cojera.

(Don Nilo Aurelio Sáinz de Miguel) 

Al mismo tiempo, un caballero que dijo llamarse don Nilo Aurelio Sáinz de Miguel, de poblada barba y ostensible cojera, residente en la calle Preciados, 52, que desempeñaba en Madrid las funciones de administrador del desaparecido, recurrió el viernes a la autoridad judicial preocupado por haber perdido el contacto con su cliente y amigo. Afirmó también haber mantenido una conferencia telefónica con la mujer del citado Ferrero, quien decía no haber tenido noticias de su marido.
Declaró ante el secretario judicial que calculaba que el desaparecido había traído a Madrid más de diez mil duros para la compra del molino, y precisó que la última vez que lo había visto había sido a las tres de la tarde del martes anterior, en el Café Oriental de la Puerta del Sol, quedando en volver a reunirse a la mañana siguiente.
Tras la declaración, don Nilo Aurelio solicitó permiso para retirarse, tal y como tenía previsto, al balneario de Arnedillo.
Así pasaron los días sin tener noticia alguna de Manuel Ferrero, hasta que el 18 de agosto un guardia encontró un pequeño paquete en el suelo de la Plaza Mayor, que contenía en su interior una llave posteriormente identificada como perteneciente a la pensión de El León de Oro y que no era otra que la que correspondía a la habitación que había alquilado el terrateniente.

(Federico García Gómez)

El caso empezó a tomar entonces un especial interés por parte de los madrileños y más de uno se dedicaron por su cuenta y riesgo a intentar dar con el paradero del desconocido. Tal era el caso de Federico García Gómez un joven policía del Servicio de Vigilancia a quien interesó el caso y que llevaba algún tiempo haciendo indagaciones. Este joven era un asiduo del Café Oriente y de la Sociedad Gimnástica que tenía una sede en la calle Barbieri frecuentada también por el joven Federico Saín, hijo de don Nilo y que era recogido cada tarde por su padre a la salida del mismo. El conocer a alguno de los protagonistas del suceso, hizo que Federico García tomara un especial interés por el mismo, llegando incluso al punto de la obsesión.
Una de las cosas que llamaba especialmente su atención era la declaración que había hecho don Nilo afirmando ver a Ferrero por última el mismo día que desapareció a las tres de la tarde en el tren. Federico difería con ello, pues recordaba perfectamente haber coincidido aquel día con su compañero de gimnacio, su padre don Nilo y el hombre que aparecía en los periódicos aquél mismo día en el tranvía número cuatro, Puerta del Sol-Ventas a las cuatro y media. Recordaba también que el desaparecido iba sentado entre don Nilo y su hijo. No entendía por qué don Nilo había mentido en su declaración.
Comenzó entonces a hacer indagaciones por su cuenta, disfrazándose con un mono azul y simulando una incipiente cojera. Tomó el tranvía que le llevaba a Las Ventas, casi un suburbio de mala muerte por aquellas fechas, y comenzó a preguntar por alguien que padeciera una leve cojera y que hubiera estado interesado en alquilar una casita por aquel sector. Después de un mes de insistencia por fin dio con alguien que le aseguró haber tenido contacto con un hombre de las mismas características al que había alquilado una casa en el número 18 de la calle Lanuza, y que no había vuelto desde que alquiló la vivienda.

 (El hotel de la calle Lanuza 18)
Allí se dirigió Federico enfundado en su mono azul, con una linterna y su pistola, cuando se hizo de noche. Forzando la puerta entra en la vivienda que la encuentra prácticamente vacía, tan solo con unas viejas sillas y unas botellas de cerveza vacías por el suelo.
En una de las habitaciones descubre que el suelo ha sido removido y vuelto a solar recientemente, tanto es así, que las baldosas aún presentas restos de humedad. También observa en la pared unas manchas sospechosas que aparentemente parecen de sangre. Igualmente descubre entre las cenizas de la chimenea un hacha sucia y trapos con manchas también aparentemente de sangre.

 (La cocina del hotel en cuyo fogon se encontro el hacha con la que se cometio el crimen)

 (Algunas de las herramientas con las que se efectuó el crimen)

Inmediatamente informa a sus superiores de su descubrimiento, y éstos envían rápidamente al personal del juzgado a lugar indicado por el joven en la calle Lanuza. Comienzan a levantar el suelo de la habitación de las sillas y desentierran del suelo el cadáver del desaparecido e infortunado Manuel Ferrero Gallego.

 (Fosa abierta en una de las habitaciones del hotel donde se escondio el cadáver)

Don Nilo es detenido en Logroño, y tras un exhaustivo interrogatorio confiesa que ha dado muerte a Ferrero en el transcurso de una discusión por una supuesta deuda.
En el asesinato fue ayudado por su hijo Federico Sáinz Andrés, de diecisiete años, muchacho que según sus amigos presumía ante ellos contando sus fantasías en las que mataba a un hombre, lo cortaba a pedazos y los arrojaba por la atarjea de su casa, tal como ocurrió en el renombrado “crimen del capitán Sánchez”, y que causón gran impresión en el joven, admirando a sus asesinos y a todos aquellos otros que lograban mantener sus crímenes impunes.

 (Federico Sáinz Andrés, hijo de don Nilo, es conducido a la cárcel)

La autopsia de Ferrero desveló que para el asesinato del mismo se necesitó al menos la participación de dos asesinos. Su cráneo presentaba diez hachazos producidos con un hacha de las llamada “marinera”, que son de mango corto, filo cortante por un lado y pico por el otro. La cabeza presentaba un hachazo profundo que le atravesaba el rostro, y hasta nueve golpes le habían dado con la parte del pico, lo que da idea de la fiereza y agresividad de los criminales. El cadáver fue enterrado en una fosa estrecha y poco profunda cavada en la habitación, y colocado hacia abajo.

 (Josefa Casado viuda de ferrero y su hermano llegan a Madrid)

( La viuda del sr. Ferrero con sus familiares de Madrid)

 (Entierro de Manuel Ferrero)

Don Nilo fue juzgado, encontrado culpable y condenado a muerte, y su hijo condenado a reclusión por cómplice.
(Don Nilo con un Periodista)
(La familia del asesino)

Sin embargo don Nilo nunca llegó a ser ejecutado, dado que enloqueció y murió en la cárcel durante un ataque de locura.

 (Dos imágenes de don Nilo en 1917, internado en la cárcel, con evidentes signos de locuras)


Fuente de datos y Fotografías:
*Crónica de la España Negra – Los 50 crímenes más famosos – Francisco Pérez Abellán
* Hemeroteca ABC
*Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional
* “Mundo Gráfico”, edición 30 de agosto 1916

Mercaderes De La Muerte - II

Posted by Unknown On miércoles, 1 de septiembre de 2010 0 comentarios

 (Edimburgo en la primera mitad de1800)
La cadena de homicidios

Sin embargo, para que el negocio funcione, han de procurar ante todo eliminar personas cuya desaparición no sea advertida por nadie, y que además, han de matar con una técnica que no despierte las sospechas del “cliente”.
Deciden así asesinar solamente a vagabundos, borrachos, viejos mendigos y deshechos humanos sin nadie en el mundo. La segunda dificultad la resuelven con una técnica particular: asaltando a sus víctimas cuando están borrachas o mientras duermen. Es suficiente taparles la nariz y la boca para provocar su muerte por asfixia: se puede justificar su muerte por un ataque de apoplejía o por el bloqueo de las vías respiratorias.


La primera víctima de Burke y Hare es Abigail Simpson, una vieja que, licenciada de su puesto de fregona, vive de pedir limosna en el mercado de la verdura. Ellos, conociendo su inclinación por el alcohol, la invitan a beber en la taberna de la mujer de Hare. La mujer está feliz y acepta y enseguida se emborracha. Cuando cae al suelo, ambos se cercioran de que nadie les vea, y la arrastran a una habitación del primer piso donde la matan. Burke le sujeta las piernas mientras hare la sofoca.
Al día siguiente el profesor Knox recibe el primero de una larga serie de cadáveres, todos de personas muertas por ataques de apoplejía.

Después de la señora Simpson le toca el turno a otra vagabunda, prima de la mujer de Burke. Luego le toca el turno a dos mendigas, madre e hija, después a una abuela con su nieto.
También estos dos últimos vivían de la caridad: la hija de la mujer había muerto de tuberculosis, y el yerno, padre del niño, era un marinero desaparecido en un naufragio. Ahora la vieja y el niño sobrevivían hurgando en las basuras, consiguiendo de vez en cuando algo caliente de los criados de las casas nobles, y durmiendo donde les pillaba. Burke y Hare los observaban durante unos días y luego deciden que les conviene, pues el doctor Knox debería pagar muy bien el cadáver de un niño.

(Margaret Docherty llegó a Edimburgo en busca de su hijo empleado en el campo. Fue una de las víctimas.)

No tienen dificultades para acercarse a ellos y convencerles para que les sigan a la posada de Hare, fingiendo compasión y prometiéndoles un plato de sopa caliente. La mujer y el niño comen ávidamente la comida que les ofrecen y aceptan de buen grado la propuesta de que pasen la noche en una de las habitaciones libres de la pensión.
Siguiendo una técnica ya probada, esperan a que los dos se hayan dormido. Luego entran en la habitación, pero la vieja, con el ruido de los pasos se despierta. Cuando ve las manos de Hare extenderse hacia su cuello lanza un grito de terror y se levanta rápidamente del lecho. El grito despierta también al niño que corre hacia su abuela gritando auxilio. Los asesinos pierden la cabeza e intentan impedir a toda costa que continúen los gritos. Aún a riesgo de hacerlos pedazo, cogen dos sillas y se lanzan sobre la vieja y el niño, que intentan inútilmente defenderse. Las sillas caen sobre los desdichados con violencia y frecuencia creciente. Continúan golpeando poseídos de una furia salvaje hasta que las víctimas caen literalmente masacradas. Para justificar el estado de los cadáveres, los asesinos declaran al profesor Knox que la vieja y el niño han sido atacados por una carroza. Como de costumbre,
Knox no tiene dudas y les paga veinticinco libras.


 (Mary Patterson, de extraordinaria belleza, fue muerta en Abril de 1828.)

 (Jaime el Loco era muy conocido en la ciudad. fue asesinado en octubre de 1828. Su madre y su hermana lo buscaron infructuosamente tras su desaparición)

Como se ha dicho, no es posible conocer el número exacto de las víctimas de Burke y Hare. Tan solo se sabe que ambos, un poco antes de ser detenidos, habían reunido una discreta suma que es administrada, como fondo común por sus mujeres.

Precisamente es este dinero lo que desencadena los primeros sinsabores en el grupo. Helen Mac Dougal acusa a la mujer de Hare de retener una parte de la caja. Las dos mujeres pelean. Al día siguiente Hare oye proponer a Burke eliminar a la propietaria de la taberna y vender su cadáver.
Las sospechas recíprocas y el miedo conducen a una bronca general, y la banda de disuelve. Burke y Helen se van a vivir a otra fonducha en las afueras de Edimburgo, pero pronto se enteran de que Hare y su mujer han “completado” otro asunto. Temiendo que pueda surgir una peligrosa competencia, vuelven a la pensión y se hace la paz.

Interviene la policía

Hasta este momento la policía de Edimburgo, que, sin embargo da una caza incesante y encarnizada a los “resurreccionistas”, no sospecha ni siquiera de la existencia de una banda de traficantes de cadáveres. Se ha señalado la desaparición de algunas víctimas, pero nadie le ha dado demasiada importancia, pues en el fondo se trataba de chusma. Pero el final de los cuatro está cerca.

Cierto día William Hare pide a un tal Gary, que vive en la pensión con su mujer, que le ceda la habitación por una noche, con la excusa de que vendría a visitarlos una parienta y no tenían habitación para ella.
La solicitud despierta sospechas de Gary por dos razones. La primera es que como conoce la pensión, sabe que en ese momento hay al menos tres habitaciones libres. La segunda es que Hare nunca ha demostrado un excesivo interés por la suerte de sus parientes. Pero no puede negarse a la solicitud: es un cliente e incluso está retrasado unos días en el pago.
En realidad Hare ha alejado al inquilino porque su habitación le sirve para otra eliminación. En efecto, conduce a la estancia a una mendiga alcoholizada y la mata con la ayuda de Burke.
Al día siguiente los dueños de la posada restituyen la habitación a Gary y su mujer y les invitan a participar en una pequeña fiesta “en familia”. Pero durante la cena, algunas frases pronunciadas por los cuatro, completamente borrachos, despiertan las sospechas de Gary. Después de comer, el hombre, que ha quedado solo en la bodega, va a registrar debajo de un montón de heno apilado en un rincón. Levanta la paja y primero aparece un brazo, luego todo el cuerpo de una mujer. Está muerta. Espantado llama a su mujer y luego corre a avisar a un amigo suyo de la policía, el agente Fisher.


El policía no se cree la historia de Gary, pero por escrúpulo profesional acepta seguirlo a la taberna, Cuando llega allí, heno y cadáver han desaparecido. Fisher interroga a Hare pero éste parece caer de las nubes: sí, una mendiga un poco achispada había pasado la noche en la posada, pero por la mañana se había marchado. El agente acepta la versión, pero poco después se encuentra con la mujer de Hare y también la interroga. La mujer no ha tenido tiempo de ponerse de acuerdo con su marido e incurre en la contradicción acerca de un detalle: en efecto declara que la mujer se había ido la noche anterior. Fisher empieza a sospechar. Se aleja de la posada pero regresa al anochecer, cuando todos duermen, y realiza un registro. En el suelo encuentra un montón de paja, lo remueve y descubre, oculto de mala manera, un camisón de dormir manchado de sangre. Ahora el agente empieza a creer que el relato de su amigo Gary es verdadero y comienza investigar.
Ciertos rumores, captados en los ambientes de la mala vida edimburguesa, le inducen a echar una ojeada al cuarto trastero del profesor Knox. Aquí encuentra en un baúl, el cuerpo de una vieja, Gary la reconoce inmediatamente como la parienta de Hare a la que había cedido la habitación.

Burker, Hare, Helen Mac Dougal y Liz Legg son arrestados. Los magistrados se dan cuenta inmediatamente de con quién tienen que vérselas pero el caso se presenta más difícil de lo previsto pues aunque se sospecha que Burke y Hare han matado a muchas personas, la desaparición de los cadáveres hace fallar el principio de la acusación. Nadie puede ser condenado por un crimen si falta el cuerpo del delito. No existe más que un cadáver, el de la vieja encontrado en el sótano de Knox. Así pues, los culpables solo pueden ser juzgados por un solo delito y además no es posible probar la culpabilidad de ambos en el asesinato de la vieja. La declaración de Gary no es suficiente, pues solo prueba que ambos han mentido con respecto al cadáver de la taberna, no que realmente hayan matado a la mujer.


El abogado no tiene elección y tiene que recurrir a la estratagema legal “testigo del rey”, que consiste en convencer a uno de los acusados que testifique contra su cómplice a cambio de la impunidad.
William Hare parece el más maleable y sobre él recae la elección del abogado. Hare no tiene dificultades en traicionar a su cómplice. Su respuesta es de un cinismo tal que el abogado abandona la celda disgustado. La idea de haber tenido que acordar aquel absurdo “arreglo” para conseguir mandar a la horca al menos a uno de los asesinos le atormentará toda la vida.
La triste fama de los “fabricantes de cadáveres” se ha extendido ya por toda Inglaterra y célebres abogados se ofrecen para defender a Burke, pero sus discursos no sirven para nada. Hare levanta su dedo acusador sobre su ex cómplice y proporciona las pruebas de su culpabilidad.

Tras un largo proceso, John William Burke es condenado a muerte. En cambio Helen Mac Dougal es absuelta por insuficiencia de pruebas. William Hare y Liz Legg son puestos en libertad. La mujer morirá poco después, mientras que Hare, obligado a ocultarse bajo nombres falsos para escapar al odio de la gente, vagará como un perro durante el resto de sus días.

El fin de Hare y de Burke

De todas formas la justicia divina no tarda en caer también sobre Hare. Un día, mientras andrajoso y hambriento hurgaba en los montones de basura de uno de los muelles del puerto, buscando algún resto de comida, es reconocido por un grupo de descargadores. A los gritos de éstos acudieron unos marineros entre los cuales estaba uno que había estado embarcado en el mismo velero en el que navegaba el padre del niño muerto con su abuela. Ambos habían naufragado juntos, y sobre una chalupa el otro le había dicho: “Si tienes la suerte
De volver a Edimburgo, júrame que tomarás contigo a mi hijo”. Después, el mar embravecido lo engulló. Pero cuando pudo regresar a Edimburgo fue incapaz de encontrar a la abuela y al niño, y andando por las tabernas y ambientes de mala vida, buscando noticias de ellos, oyó hablar de los fabricantes de cadáveres y de que circulaba el rumor de que entre sus víctimas también estaban la vieja y su nieto. Cuando se celebró el juicio tuvo la certeza de ello.

 (Declaraciones en el Juicio)

Así, cuando oyó los gritos de los descargadores, se convirtió en una fiera e instigó a los demás a que hicieran con él lo mismo que él había hecho con sus víctimas. Se lanzan contra él y lo muelen a patadas y golpes. Llegan los agentes que los separan, pero el hombre está tan malherido que muere en el hospital dos días más tarde.

El 28 de enero de 1829 Jhon William Burke sube a la horca, sin demostrar emoción alguna. Es un hombre tosco y cruel, y muere de la misma forma que había vivido.
Su cadáver permaneció colgado en la horca durante tres días, según una costumbre bastante común en aquella época.

 (El ahorcamiento de Wiliam Burker el 28 de enero de 1929 ante la multitud enfurecida de Edimburgo. Su cadáver fue diccesionado y expuesto públicamente)

El profesor Knox, rodeado de la agresiva hostilidad de sus conciudadanos, se ve obligado a abandonar Edimburgo. Posteriormente, tras haber ejercido durante algunos años en Londres, se retira a Hackney, donde terminará sus días solo y olvidado de todos.

Fuente de Datos: 
*Grandes Enigmas De La Historia